Había una vez un niño llamado Álvaro. Pequeño, pelirrojo y muy risueño. Álvaro se levantaba muchos días peinando las nubes. Las miraba por la ventana y cerraba los ojos. Entonces con el cepillo de su madre hacía el gesto de peinarlas.
Álvaro había visto las nubes desde la ventanilla del avión. Ese paisaje de nubes y cielo se le había quedado grabado. Qué hermoso era aquello. Nunca había nada igual en sus ocho años de vida. Quizás era lo más hermoso que había visto nunca. Y por ello las dos horas que duró el vuelo no pudo dejar de mirar por la ventanilla para recordar cada detalle.
Álvaro aprovechaba cualquier ocasión para recordar las nubes. A él le daba igual que no se pudiera jugar con las nubes. Acaso se puede jugar con algo que no se puede tocar, o que se deshace. Qué tontería más grande.
A Álvaro le encantaban los días nublados del todo. O un poco nublados porque allí mirando el cielo veía animales que nunca había visto en los libros y que después dibujaba y rellenaba con enormes trozos de algodón. Un delfín con un cuerno, una sirena nadando boca arriba, y hasta un caballito de mar con patas…..
Algunos días Álvaro le pedía a su madre que le pusiera sábanas blancas. Para antes de dormir estar bajo su propio cielo de nubes. Subía las piernas y moviendo las sábanas blanquísimas con sus piernas. Al día siguiente su madre se preguntaba con qué había soñado porque las sábanas eran un auténtico revoltillo.
Cerraba los ojos. Primero siempre le venía el color amarillo y después el blanco. Entonces empezaba a imaginar que caminaba sobre nubes que en el fondo eran su colchón. Un día visitaba el árbol de las peras de aire, otro la cueva de los ojos oscuros por donde estiraba las piernas por enorme agujeros que salían del cielo.
Un día en medio de la clase de conocimiento del medio la profesora estaba hablando de cómo se formaban las nubes, y Alvaro no pudo resistirse y cerró los ojos muy muy fuerte. Y allí estaba en medio de una nube gorda con la que no se ocurrió otra cosa que estirarle los rizos. Primero estiró y estiró las blancas crestas para terminar haciendo una trenza larguísima. Cuando llegó a sus puntas ya era gris. Allí de repente escuchó un sonido tremendo. Como de un trueno.
Álvaro se dio cuenta que estaba sobre un lomo gris y oscuro. Aquella nube en forma de caballo negro le asustó un poco. Sobre todo cuando se encabritó y empezó a cabalgar por el cielo…entonces el caballo dio un salto y empezó a correr en medio de la lluvia y Álvaro salió disparado, y justo justo cayó encima del pupitre…y justo justo cuando la profesora le preguntaba que dónde estaba. ¡Ah en las nubes señorita!. ¡Ay perfecto dijo ella mientras todos los niños se reían a carcajadas. Cuéntanos cómo son las nubes. Bueno las hay blancas, grises y negras. Ah qué curioso y eso por qué sucede. Bueno van engordando y engordando con …con agua que recogen..Ay qué bien y luego qué pasa; pues que estallan en forma de lluvia por ejemplo. Álvaro respiró aliviado.
Uff menos mal que había estado alguna vez dentro de una nube sino nunca lo hubiera adivinado. Y la profesora le pidió que hiciera un dibujo para todos de una nube tormentosa. Álvaro por supuesto, dibujó al caballo que le tiró de su lomo justo encima de su pupitre y quien sabe si le susurró al oído de qué estaban echas las nubes….así que peinando, peinando nubes, este cuento llovió y llovió…y desapareció.
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