martes, 1 de octubre de 2013

La copa de la vida

Cuando era niña y veía lo que veía
retorcía las palabras,
haciendo nudos con la lengua
para no decir, ni rezar.

El silencio era el mar.
Porque sabía lo que sabía
era muda de tanto saber y ver,
Dios existía porque tampoco hablaba.

Cuando era niña y veía lo que veía
se abrían las cosas
mostrándome por primera vez
lo que ya conocía.

No quería ir a ningún sitio,
quieta a la sombra de los pájaros
decía rezando y escuchaba sabiendo.

Ahora que he perdido el saber
y que no veo lo que veía,
hablo llenando copas de olvido,
vaciando palabras que hacen crecer anhelos.
El vino en su memoria
me devuelve un instante el rostro del día
lo que creí saber,
sabiendo que ya nunca más rezaré, ni diré
porque todo lo que supe y vi, olvidé.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Único sentido (Poema leído en el Festival Atlántico de Poesía de Las Palmas 20 septiembre 2013 El Gallinero)



Un montón de abejas aguijonean su sexo,

sus ojos lo ven todo desde lejos

mientras sus manos aniquilan al gato somnoliento de la infancia.

No se queja de su ambigüedad salina.

sabe que las alas le saldrán al alba.

Sólo puede enfurecerse con tanto insecto

que la poliniza impunemente

Crispando su único sentido lúcido para el amor.
el pliegue de fuego se hace agua.

Un tropel de mariposas borrachas
deshilachan las sábanas libando efluvios de mar,

su carne dibuja una huella de sal.

El sonido de su voz no es de este mundo,
repta sobre su sombra ciega


hasta que el aire le seca la espalda.

sábado, 17 de agosto de 2013

Volver

 


Siempre estoy volviendo

mas nunca vuelvo del todo,

envuelta así nunca sé cuándo llego,

ni a dónde, ni a quien.


Hago que hago

deshaciendo los pasos

dan todo lo que el tiempo ensancha.


Siempre estoy volviendo,

mas nunca vuelvo del todo

ni al lugar, ni a la gente,

ni a la voz del verde, ni a tí,

Tan sólo a la lluvia

vuelvo de la misma manera,

como si fuera líquida,

aire o nada.

Siempre estoy volviendo

 

Lluvia ( poema inspirado en la lluvia tropical que empapa el alma)


Qué absurdo querer mojarme contigo,
hacerte escuchar la lluvia

Qué absurda soy cuando quiero eso,

y no te pido nada más.

O cuando me propongo vivir bajo la lluvia,

para ver pájaros que llueven cantando,

manos que llueven abrazando,
besos que besan lloviendo

rosas que llueven perfumando

Qué absurdo el cielo roto bajo mis pies,
con su cascarón de nubes vacío.

Qué absurdo cuando te digo
que me abraces que viene la lluvia a comerse a mis animales

cuando en realidad, el camaleón de ébano la lame,
y la hormiga 24 se queda paralizada mientras la pica.

La lluvia tuya, la lluvia mía, qué absurda es.
Qué absurda soy cuando la oigo llegar

y me siento a mojarme sin dejar de  temblar.

domingo, 23 de junio de 2013

Calabazas de San Juan



Delia vivía en un barrio pobre cerca de la costa. La mañana del Día de San Juan, Delia daba un paseo por la orilla cuando se encontró con siete calabazas cortadas y unidas a la vez. Estaban húmedas y un tanto deshechas. Así que las cogió y las puso a secar sobre las rocas. Al verlas tan suaves y naranjas no pudo resistir la tentación de abrirlas y hurgar en su interior. Se dejó llevar por aquella sensación gelatinosa hasta toparse con algo que era distinto. Lo miró de cerca y se dio cuenta que cada calabaza tenía un embrión de pollo.
Esa noche volvió a la playa caminó entre las hogueras y gente que bailaba. Al  acercarse a las rocas vio que allí estaban las calabazas cosidas con un hilo grueso y negro. Pasaron los días y Delia fue testigo de cómo empezaron a surgir los pequeños brotes, que con el tiempo crecieron y se extendieron sobre el mar, casi cubriéndolo.

Delia fue la primera en recoger una de aquellas calabazas. Cuando la abrió había una gallina viva que enseguida convirtió en mascota y llamó Petra. Petra daba unos huevos enormes del tamaño y el color de las calabazas. Delia contó a todos los vecinos su descubrimiento. Un poco incrédulos aunque esperanzados de que se acabara el hambre en sus familias, fueron a buscar su calabaza. En medio de la playa las abrieron y la arena se llenó de gallinas curiosas que cacareaban sin parar. Con cierto olor a mar, alguna hasta se puso a empollar uno de aquellos huevos enormes y de color naranja.  

domingo, 9 de junio de 2013

El paseo de mi amo

 




A su manera es leal. No fiel, leal. En el trayecto al césped intenta ir a mi lado. Le cuesta. Un hombre no está acostumbrado a ir en línea recta. Antes de seguir tengo que aclarar que mi amo se levantó un buen día y me dijo que prefería ser mi perro. También me dijo cosas más íntimas, de las que tan sólo puedo repetir, que él quería ser mi perro por algo que le había pasado. Y que si no me importaba que de ahora en adelante, le pusiera mi collar. No me importó. Había sido un buen amo. El ya no quería ser más hombre sino ser un perro el resto de lo que le quedaba de vida. Y que se ponía en mis manos para que le paseara e hiciera lo que mejor considerara. También me dijo que se había cansado de tomar decisiones, prefiero que seas tú quien me guíe.

Y así fue como pasé de ser perro a ser amo. Le llevaba al césped todos los días para que socializara con los que habían sido hasta entonces mis amigos. Hay que decir que los de mi manada se extrañaron bastante al verme traer a mi amo atado y soltarlo junto a ellos, y éste a su vez correr a olerles sus partes y dejar que le olieran las suyas. Todo esto como un acto de reconocimiento, y no de humillación. Pude leer lo que pensaron pero no lo diré.
Me alegro por mi amo que al menos a sus cincuenta años haya descubierto tal obviedad, la de entender que olerse es reconocerse. Le veo feliz, y por eso también lo soy. Por ejemplo ahora, mi perro que es mi amo está cavando un hoyo y no le voy a reprender. Sé exactamente lo que busca en la tierra húmeda. Tan sólo eso, el olor y el sabor de la tierra mojada, alguna raíz tierna y poco más. Sé que cuando era mi amo y yo hacía lo mismo me reprendía, hacer hoyos es lo peor para los hombres. Se refiere quizás a algún acto innoble.

Veo a mi amo feliz cuando se le acerca Cora, una bulldog francesa, que corre a embestirle con sus morros. Sé exactamente lo que siente un mil leches como él ante algo así, porque venimos del mismo lugar genético. Mi amo la huele y no se lo cree. O sea a plena luz del día, tanto si sí, como si no, Cora se revolcará contra el césped tan sólo por el puro placer de hacerlo y le dará un cabezazo si no lo hace. Mi amo la sigue, haciendo lo propio. Sé exactamente cuando mi amo me mira lo que en el fondo desea. No sé si en su caso él lo sabía tan claramente como ahora. Pero eso qué importa ahora, mientras Ricky un chiguagua que corre como un galgo le invita a dar cuatro vueltas. No puede negarse, y acepta el reto. Lo dejo que corra, sé que no se irá a la calle. Mi amo levanta la pata una y otra vez para marcar los cuatro árboles que rodean el paraíso. Nunca nada le perteneció tanto. Viene y también me echa una meada en el tobillo. Soy suyo. Le reprendo. Tampoco voy a dejar que se pase. Viene por fin Blacky, un perro traumatizado que recibió un mamporro de pequeño y ahora lo paga con todo macho que no le baje las orejas y el rabo. Mi amo no está por la labor. Tienen el rifi y rafe de siempre. No pueden evitarlo. La dueña de Blacky me mira resignada. No sabe qué hacer con él y sólo le tira de la correa. Lo cual hace que ladre aún más. Mi amo se le enfrenta. Tendré que atarlo. Pero no hace falta, al final la amenaza decide irse detrás de Cora. Mi amo se espatarra bajo la sombra del ficus y saca la lengua. Sé que ha llegado la hora de marcharnos. Lo llamo pero no obedece y se larga a comer flores. Le vuelvo a llamar y se va aún más lejos. No voy a ir detrás. Últimamente siempre me hace lo mismo. Así que me doy media vuelta y me despido. Se lo piensa un poco, y al final viene y se pone a un metro de mí. Tan sólo para que el que se acerque sea yo. No estoy por la labor. Siendo amo tengo que hacer tantas cosas. No me desespero, porque sé que no llegaré demasiado lejos. Me agacho y le susurro: Si no vienes ahora mismo, volverás a ser mi amo. Se arrastra. Siento pena. Casi aúlla. Le pongo la correa. Sé que es leal, tan sólo por eso, no le reprendo demasiado. Es leal porque aún tiene memoria de lo que tanto le cuesta olvidar. El día que olvide quién era, estaré perdido.  

miércoles, 5 de junio de 2013

Los puentes (Dedicado a J.M.F.V)

Los puentes unen montañas y mares
sus palabras levantan el silencio.
Nadie puede pronunciarlas
porque se desvanecen con la lluvia

Hay puentes que dejan de serlo
se ponen de pie y se marchan
pesan demasiado las ciudades
y los rios que han inundado sus ojos.

Un delta confluye en sus hombros
con todos los cielos hundidos en sus aguas.
La noche se duerme bajo un coro de grillos.

Los puentes son cosas muy series
a través de sus arcos la luz se vuelve transparente
y los hombres miran indefensos
como discurre su tiempo y se aleja.

sábado, 1 de junio de 2013

Pájaro saciado

 

 

 



Extranjera en esta tierra de soles
donde las nubes tiñen mis manos
mi padre me habló de su guerra
no encuentro palabras para hablarle de la mía,
sólo sé que cabalgo lejos de mi centro,
lejos de lo que fui,
apenas reconozco ya el trazo de mi sangre,
apenas me quedan lágrimas,
a todo lo perdido no le he puesto nombre,prefiero saber que no fue nombrado y que aún me espera en algún lugar.


La sed me hace delirar sobre puentes de aire puentes hechos de palabras insomnes. Los que aún tienen la certeza del amor cabecean sobre la mar del sueño. Dejo mi primera piel abandonada A la sombra de un roble centenario un pájaro se la lleva al nido. Tirando de mis antiguos pies que aún levitan veo la sonrisa planeando sobre tres polluelos hambrientos que devoran una y otra vez mi desaliento. Saciándose sin aún saber qué les amenaza. Hoy dormiré feliz sabiendo que también mi hambre ha sido digerida, regurgitada y convertida en rastrojo vivo mas animal si cabe.
Despegada de este amasijo de hilos camino al son de un adagio truculento. Extranjera en la extrañeza del tiempo en la extrañeza del cuerpo y su voluntad doblegada.
Sudo sin poder mirar mi reflejo,
Sin que replegarme implique renunciar a algo. Gozo de esta habilidad innata rehaciendo techumbres a cada paso recubriendo de barro la posibilidad del ser, como antes, como al principio de los tiempos. No heredaran mis hijos esta soledad porque una vez cercada pertenecerá a otro, Será donada para que otros la cabalguen, no habrá esfuerzo, ni deseo en desear que así sea, sólo el presente extenderá su manto de horas serenas, para que otros vengan a ocuparlas, La historia será distinta pero igual,
alguien sabrá qué hemos perdido y se atreverá a nombrarlo enumerará las cosas una, entonces  la voz de cada uno se posará sola con la brisa, sin miedo, ni prisa como un pájaro saciado.


 

jueves, 16 de mayo de 2013

Seremos felices y nunca más comeremos perdices



 

Ángela y David se fueron a vivir juntos al sexto piso de un edificio del centro. Les habían alquilado aquella terraza por un precio muy bajo. Bajo el cobertizo instalaron la cama y una estantería llena de cuentos con el mismo final "y fueron felices y comieron perdices". Un final de cuento que les había marcado. Cariño se dijeron el uno al otro: Para ser felices tenemos que comer perdices.
Y aquella azotea que había servido de palomar  y en otra época de improvisado campanario se convirtió en su nido de amor lleno y relleno de plumas.

Por aquella razón tan simple y a la vez tan compleja. Ángela y David comían todos los días perdices. Ella era delgada y pelirroja y resultaba extraño verla todas las noches practicando el mismo ritual. Extendía las hermosas aves encima de la mesa para luego desplumarlas y cocerlas en agua hirviendo o al horno o fritas.En adobo, con tomillo, a la pimienta, rellenas de cilantro y almendras.
Así, cada noche hacían el amor rodeados de almohadas rellenas de plumas de perdices, sobre un colchón rellenó de plumas de perdices. 
Cada noche hacían el amor rodeados de almohadas rellenas de plumas de perdices, sobre un colchón rellenó de plumas de perdices. Desde la barandilla de la terraza se veía toda la ciudad y además tanta pluma les hacía sentir un poco en el aire. 
David era un chico bondadoso y pacífico de ojos lánguidos. Y su contribución a que no se apagara el amor consistía en que  todos los días bajaba aquellas escaleras húmedas para ir a buscar perdices.Lo cual era un secreto para su mujer. Así, David bajada los cuatrocientos escalones para volverlos a subir por la noche con las jugosas perdices.
Ángela estaba muy intrigada, pensando en qué mercado David compraba las perdices, si apenas tenían dinero para vivir. Y un día decidió seguirlo. Quería saber en qué lugar de la ciudad su marido  Para su sorpresa su marido se dirigió a la estación para coger un tren hasta llegar a un pequeño pueblo del Pirineo. Allí se adentró en el bosque hasta una pequeña cabaña donde le recibió un hombre sonriente. El hombre le entregó un rifle de caza, que el muchacho cogió con cierta desgana. Ángela no pudo resistir una lágrima. Su marido odiaba la caza. Odiaba las armas. ¡Buena caza! le dijo el hombre.
 David caminó un rato y se apostó detrás de unos juncos cerca de un hermoso lago. Ángela vio cómo dejaba a escapar a las perdices que volaban sobre su cabeza. Y al final disparó con desgana. No podía más. Ese día no cazó nada, y devolvió el arma al hombre sonriente.
Subió los cuatrocientos escalones con las manos vacías. Esa noche no comieron perdices, ni la noche siguiente, ni la siguiente. Ángela había preparado un caldo con las sobras de días anteriores. Y esperó a que su marido le dijera algo. Pero no sucedió nada. 
 Se enfundaron en el edredón de plumas de perdiz y no hicieron el amor. El invierno va a ser duro le dijo David. David estaba apuntado al paro, pero con lo de la cacería apenas tenía tiempo para buscar un trabajo. Ese día volvió a coger el tren. Se quedó en el bosque esperando hasta el amanecer a que aparecieran las perdices. Las vio levantar vuelo en medio de una gran algarabía. Pero ya no fue capaz de disparar. No pudo hacerlo era no era un cazador, ni mucho menos. Y si de aquellas aves dependía su amor pues quizás era mejor que volarán libres. Las aves con el plumaje color de corteza de alcornoque emitieron un sonido que parecía una risa. 

Hoy no hay perdices cariño, le dijo muy serio a su mujer. No puedo seguir cazándolas. Lo siento, son unas aves graciosas y a mí se me encoge el corazón cuando las mato.  Y si no comemos perdices y se acaba nuestro amor, lo siento, se acaba. Ángela lo miró y le sonrió.
Seremos felices cariño y comeremos cualquier cosa. En ese momento  acurrucó a David junto a su corazón. Le miró a los ojos diciéndole, que si le servía de consuelo, también estaba harta de desplumar perdices. Ángela se levantó y en un gesto heróico rasgó las almohadas, los cojines, el edredón, y el colchón, y las plumas de mil perdices muertas volaron por la ciudad pegándose a las narices de amantes desconcertados. Los amantes que aquel día recogieron una pluma de aquellas aves nunca más desearon comer perdices, las aborrecieron. Repitiendo una y otra vez seremos felices y comeremos cualquier cosa. Desde entonces David y Ángela fueron felices, y nunca, nunca más volvieron a comer perdices.

viernes, 3 de mayo de 2013

Nubes para días algodonados


Me levanté peinando las nubes
Tan largas me parecieron
Que caminé horas hasta llegar a sus puntas
Trenzando un desconcierto tras otro
Tardé días en salir de la nube eterna
Y por fin al ver sus trenzas deshechas
No pude más que sonreír a la azarosa quimera.
Acaricié sus lomos de cera
Tan espeso es su misterio
Hecho de la nada del cielo,
Tan inesperada su tormenta en medio de un sol ceniciento.

Peinando este mar irisado
Adopté al corcel extranjero
Más su extrañeza me cansó el ojo
Que cerré sin más recuerdo
Que el de sentir el cielo entre los dedos
Tan desecho y esperanzador como este sueño.

Alvaro y las nubes (cuento para niños)


Había una vez un niño llamado Álvaro. Pequeño, pelirrojo y muy risueño. Álvaro se levantaba muchos días peinando las nubes. Las miraba por la ventana y cerraba los ojos. Entonces con el cepillo de su madre hacía el gesto de peinarlas.  
Álvaro había visto las nubes desde la ventanilla del avión. Ese paisaje de nubes y cielo se le había quedado grabado. Qué hermoso era aquello. Nunca había nada igual en sus ocho años de vida. Quizás era lo más hermoso que había visto nunca. Y por ello las dos horas que duró el vuelo no pudo dejar de mirar por la ventanilla para recordar cada detalle.

Álvaro aprovechaba cualquier ocasión para recordar las nubes. A él le daba igual que no se pudiera jugar con las nubes. Acaso se puede jugar con algo que no se puede tocar, o que se deshace. Qué tontería más grande.
 A Álvaro le encantaban los días nublados del todo. O un poco nublados porque allí mirando el cielo veía animales que nunca había visto en los libros y que después dibujaba y rellenaba con enormes trozos de algodón.  Un delfín con un cuerno, una sirena nadando boca arriba, y hasta un caballito de mar con patas…..
Algunos días Álvaro le pedía a su madre que le pusiera sábanas blancas. Para antes de dormir estar bajo su propio cielo de nubes. Subía las piernas y moviendo las sábanas blanquísimas con sus piernas. Al día siguiente su madre se preguntaba con qué había soñado porque las sábanas eran un auténtico revoltillo.
Cerraba los ojos. Primero siempre le venía el color amarillo y después el blanco. Entonces empezaba a imaginar que caminaba sobre nubes que en el fondo eran su colchón. Un día visitaba el árbol de las peras de aire, otro la cueva de los ojos oscuros por donde estiraba las piernas por enorme agujeros que salían del cielo.
Un día en medio de la clase de conocimiento del medio la profesora estaba hablando de cómo se formaban las nubes, y Alvaro no pudo resistirse y cerró los ojos muy muy fuerte. Y allí estaba en medio de una nube gorda con la que no se ocurrió otra cosa que estirarle los rizos. Primero estiró y estiró las blancas crestas para terminar haciendo una trenza larguísima. Cuando llegó a sus puntas ya era gris. Allí de repente escuchó un sonido tremendo. Como de un trueno.
Álvaro se dio cuenta que estaba sobre un lomo gris y oscuro. Aquella nube en forma de caballo negro le asustó un poco. Sobre todo cuando se encabritó y empezó a cabalgar por el cielo…entonces el caballo dio un salto y empezó a correr en medio de la lluvia y Álvaro salió disparado, y justo justo cayó encima del pupitre…y justo justo cuando la profesora le preguntaba que dónde estaba. ¡Ah en las nubes señorita!. ¡Ay perfecto dijo ella mientras todos los niños se reían a carcajadas. Cuéntanos cómo son las nubes. Bueno las hay blancas, grises y negras. Ah qué curioso y eso por qué sucede. Bueno van engordando y engordando con …con agua que recogen..Ay qué bien y luego qué pasa; pues que estallan en forma de lluvia por ejemplo. Álvaro respiró aliviado.

Uff menos mal que había estado alguna vez dentro de una nube sino nunca lo hubiera adivinado. Y la profesora le pidió que hiciera un dibujo para todos de una nube tormentosa. Álvaro por supuesto, dibujó al caballo que le tiró de su lomo justo encima de su pupitre y quien sabe si le susurró al oído de qué estaban echas las nubes….así que peinando, peinando nubes, este cuento llovió y llovió…y desapareció.

domingo, 21 de abril de 2013

La mujer de la Perla

Cuentos para ser contados::::

 

En una colina que peinan los vientos vivía una mujer llamada Agar. Menuda y curtida por el sol. Agar era sin embargo muy fuerte y había construido un refugio de piedras desde donde se divisaba el mar. Con él que compartía sus misterios. Al atardecer bajaba a la playa a cazar unos enormes cangrejos rojos de ojos bizcos. Agar llevaba una semana tachando en una piedra cada noche de amor en la que no sucedía nada. La nada, la nada que todos los amantes aborrecen menos ella. Ella cruzaba los dedos para que siguiera igual. Cuando Agar escuchaba a su amante escalar por las piedras se le encogían las entrañas. Su amante sin nombre, llegaba  sin aliento y la abrazaba cerrando los ojos. Ella le esperaba con una mesa servida con un mantel bordado. Comeremos primero ya sabes que me gusta comerme todo lo que cazo. Agar y su amante sin nombre se entregaron una vez más al ritual del marisco como lo habían hecho los últimos siete días; troceando, partiendo, lamiendo y chupando aquellas patas con sabor a mar.

 

Cuando terminaron de comerse con los ojos igual. Ella le susurró algo al oído y abrió la veda. El la besó como siempre. Sólo que en aquel instante el amor de Agar no floreció como otros días, sino que se solidificó y se petrificó en un lugar insondable de su alma. El sentimiento más antiguo de toda la humanidad brotó de su garganta convertido en  perlas oscuras como la noche más clara. Una a una fueron saliendo mientras su amante sin nombre las fue engullendo sin remedio, entregado a una gastronomía igualmente desmedida. Su amante sin nombre intentó morderlas como un niño sin dientes. Pero se las tragó sin remedio en medio del éxtasis. Agar lloró lágrimas dulces sobre el amado torso y el cuerpo perfecto y aún empalmado. Agar salió descalza de allí y dejó la isla para irse muy lejos. La arena cubrió sus huella y todo lo que dejó atrás. Recorrió varios países y conoció a varios hombres, de alguno se enamoró pero a ninguno llegó a besar.

 

Un día fatigada por el tiempo y con unas enormes ganas de volver a estar descalza volvió a la playa que la vio nacer. Volvió a construir el refugio de piedras. Un día paseando por la orilla se encontró con un hombre menudo y curtido por el sol, que raspaba con un cuchillo el exterior de una ristra de ostras enormes unidas por un cordel. Elige una. Una vez abierta Agar rebuscó en su interior y extrajo una brillante perla gris que sumergió corriendo en agua para limpiarla. Soy Mare, hoy es tu día de suerte a veces en la vida se gana y otras se pierde.

 

A Agar le resultó enigmático aquel hombre. Y no pudo resistirse a invitarle a su refugio con una mezcla de miedo y curiosidad. Dispuesta a repetir el viejo ritual que apenas recordaba, Agar volvió a cazar los enormes cangrejos rojos de ojos bizcos y se sentó frente a Mare. Troceando, chupando y lamiendo aquellas pinzas enormes con sabor a mar. Hasta dejar sólo dos caparazones vacios. Mare se levantó un poco aturdido, tropezando hasta caer en los brazos de Mare, que no pudo hacer otra cosa que besarle, y besarle y besarle. Sin poder evitar que de su boca salieran  de manera abrupta aquellas perlas tan oscuras como la noche más clara. Pero para sorpresa de Agar, Mare se iba sacando aquellas perlas como si fueran pequeños huesos de aceituna. Con el tiempo Mare y Agar se fueron a vivir juntos. Mare se enamoró de ella no por aquella rareza de las perlas que fabricaba su cuerpo, que eran un tesoro, sino por muchas razones más. Así que si algún día van a la playa de Fakarava podrán ver a Mare y Agar dedicados a enhebrar collares larguísimos. Muy poca gente sabe que cada noche Mare y Agar se besan durante horas, y de sus besos salen aquellas perlas tan oscuras como la noche más clara.

  

domingo, 10 de marzo de 2013

Rubí jugoso (Poema a las mujeres saharauis)

Recogí un fruto rojo
rubí jugoso de textura arenosa,
caminé durante días
masticando su dulzor,
y toda la arena se hizo deseo
por encontrar otro perfume igual,
mi hambre se hizo suya,
mi sed también,
rubi jugoso,
cerré los ojos
en su batalla de soles
me quedé ciega, cáscara, lagarto,
mi sueño rompió aguas,
rubí jugoso.
Llueve en mi interior
llueve abriendo zanjas
de mis brazos crecen ramas
de mi boca flores nevadas.

En mis ojos aflora el verso
de la mujer que es alada
aquella que alumbra  hijos e hijas
fruto rojo, rubí jugoso.

Cáscara, lagarto, rubí jugoso

sábado, 23 de febrero de 2013

Vuelo emplumado


 

La garza en la ola

sumerge su pico en la espuma

no hay misterio en sus ansias,

sí en su ruta de mares

¿Dónde va cuando las mareas

cubren las suculencias que la atraen?

¿Dónde va cuando la noche

oscurece su sombra incandescente?


Mi amor, garza díscola sobre la roca
nada se sabe de su vuelo secreto

nadie sabe dónde encontrará sosiego

 nada sabe de este amor emplumado desafiando horizontes
de su insomnio de sales, algas y cangrejos ciegos

¿Qué mira mi amor desde el mar?

Acaso la ciudad iluminada,

Acaso tu rostro asomado a la ventana

La garza latiendo conmigo,

La garza, mi amor dormido.

domingo, 3 de febrero de 2013

Nada versus Muerte

La muerte no es nada,
la muerte no es nada,
la muerte es la nada
la nada es la muerte
la muerte nada,
la muerte es,
la muerte no es,
muerte la o es,
nada es,
es nada muerte la,
es la,
nada muerte es,
la muerte no es nada.

sábado, 19 de enero de 2013

Suficiente

Un café con su taza, suficiente para empezar.
Una cuchara y unos granos de azúcar, suficientes para revolver.
Un horizonte que sugiere, suficiente para soñar,
Una mañana más para respirar, suficiente para vivir,
Un cuerpo que sostiene la mirada, su altivo faro alumbrando
suficiente para renacer.
Un paso tras otro, suficiente para llegar,
Una palabra puente para el otro, suficiente para empezar
Un abrazo con los ojos cerrados, suficiente para revolver,
Un silencio hasta escucharlo todo, suficiente para vivir,
Una alegría compartida, suficiente para renacer
Una historia que hila sobre otra, suficiente para descubrir.