domingo, 23 de junio de 2013

Calabazas de San Juan



Delia vivía en un barrio pobre cerca de la costa. La mañana del Día de San Juan, Delia daba un paseo por la orilla cuando se encontró con siete calabazas cortadas y unidas a la vez. Estaban húmedas y un tanto deshechas. Así que las cogió y las puso a secar sobre las rocas. Al verlas tan suaves y naranjas no pudo resistir la tentación de abrirlas y hurgar en su interior. Se dejó llevar por aquella sensación gelatinosa hasta toparse con algo que era distinto. Lo miró de cerca y se dio cuenta que cada calabaza tenía un embrión de pollo.
Esa noche volvió a la playa caminó entre las hogueras y gente que bailaba. Al  acercarse a las rocas vio que allí estaban las calabazas cosidas con un hilo grueso y negro. Pasaron los días y Delia fue testigo de cómo empezaron a surgir los pequeños brotes, que con el tiempo crecieron y se extendieron sobre el mar, casi cubriéndolo.

Delia fue la primera en recoger una de aquellas calabazas. Cuando la abrió había una gallina viva que enseguida convirtió en mascota y llamó Petra. Petra daba unos huevos enormes del tamaño y el color de las calabazas. Delia contó a todos los vecinos su descubrimiento. Un poco incrédulos aunque esperanzados de que se acabara el hambre en sus familias, fueron a buscar su calabaza. En medio de la playa las abrieron y la arena se llenó de gallinas curiosas que cacareaban sin parar. Con cierto olor a mar, alguna hasta se puso a empollar uno de aquellos huevos enormes y de color naranja.  

domingo, 9 de junio de 2013

El paseo de mi amo

 




A su manera es leal. No fiel, leal. En el trayecto al césped intenta ir a mi lado. Le cuesta. Un hombre no está acostumbrado a ir en línea recta. Antes de seguir tengo que aclarar que mi amo se levantó un buen día y me dijo que prefería ser mi perro. También me dijo cosas más íntimas, de las que tan sólo puedo repetir, que él quería ser mi perro por algo que le había pasado. Y que si no me importaba que de ahora en adelante, le pusiera mi collar. No me importó. Había sido un buen amo. El ya no quería ser más hombre sino ser un perro el resto de lo que le quedaba de vida. Y que se ponía en mis manos para que le paseara e hiciera lo que mejor considerara. También me dijo que se había cansado de tomar decisiones, prefiero que seas tú quien me guíe.

Y así fue como pasé de ser perro a ser amo. Le llevaba al césped todos los días para que socializara con los que habían sido hasta entonces mis amigos. Hay que decir que los de mi manada se extrañaron bastante al verme traer a mi amo atado y soltarlo junto a ellos, y éste a su vez correr a olerles sus partes y dejar que le olieran las suyas. Todo esto como un acto de reconocimiento, y no de humillación. Pude leer lo que pensaron pero no lo diré.
Me alegro por mi amo que al menos a sus cincuenta años haya descubierto tal obviedad, la de entender que olerse es reconocerse. Le veo feliz, y por eso también lo soy. Por ejemplo ahora, mi perro que es mi amo está cavando un hoyo y no le voy a reprender. Sé exactamente lo que busca en la tierra húmeda. Tan sólo eso, el olor y el sabor de la tierra mojada, alguna raíz tierna y poco más. Sé que cuando era mi amo y yo hacía lo mismo me reprendía, hacer hoyos es lo peor para los hombres. Se refiere quizás a algún acto innoble.

Veo a mi amo feliz cuando se le acerca Cora, una bulldog francesa, que corre a embestirle con sus morros. Sé exactamente lo que siente un mil leches como él ante algo así, porque venimos del mismo lugar genético. Mi amo la huele y no se lo cree. O sea a plena luz del día, tanto si sí, como si no, Cora se revolcará contra el césped tan sólo por el puro placer de hacerlo y le dará un cabezazo si no lo hace. Mi amo la sigue, haciendo lo propio. Sé exactamente cuando mi amo me mira lo que en el fondo desea. No sé si en su caso él lo sabía tan claramente como ahora. Pero eso qué importa ahora, mientras Ricky un chiguagua que corre como un galgo le invita a dar cuatro vueltas. No puede negarse, y acepta el reto. Lo dejo que corra, sé que no se irá a la calle. Mi amo levanta la pata una y otra vez para marcar los cuatro árboles que rodean el paraíso. Nunca nada le perteneció tanto. Viene y también me echa una meada en el tobillo. Soy suyo. Le reprendo. Tampoco voy a dejar que se pase. Viene por fin Blacky, un perro traumatizado que recibió un mamporro de pequeño y ahora lo paga con todo macho que no le baje las orejas y el rabo. Mi amo no está por la labor. Tienen el rifi y rafe de siempre. No pueden evitarlo. La dueña de Blacky me mira resignada. No sabe qué hacer con él y sólo le tira de la correa. Lo cual hace que ladre aún más. Mi amo se le enfrenta. Tendré que atarlo. Pero no hace falta, al final la amenaza decide irse detrás de Cora. Mi amo se espatarra bajo la sombra del ficus y saca la lengua. Sé que ha llegado la hora de marcharnos. Lo llamo pero no obedece y se larga a comer flores. Le vuelvo a llamar y se va aún más lejos. No voy a ir detrás. Últimamente siempre me hace lo mismo. Así que me doy media vuelta y me despido. Se lo piensa un poco, y al final viene y se pone a un metro de mí. Tan sólo para que el que se acerque sea yo. No estoy por la labor. Siendo amo tengo que hacer tantas cosas. No me desespero, porque sé que no llegaré demasiado lejos. Me agacho y le susurro: Si no vienes ahora mismo, volverás a ser mi amo. Se arrastra. Siento pena. Casi aúlla. Le pongo la correa. Sé que es leal, tan sólo por eso, no le reprendo demasiado. Es leal porque aún tiene memoria de lo que tanto le cuesta olvidar. El día que olvide quién era, estaré perdido.  

miércoles, 5 de junio de 2013

Los puentes (Dedicado a J.M.F.V)

Los puentes unen montañas y mares
sus palabras levantan el silencio.
Nadie puede pronunciarlas
porque se desvanecen con la lluvia

Hay puentes que dejan de serlo
se ponen de pie y se marchan
pesan demasiado las ciudades
y los rios que han inundado sus ojos.

Un delta confluye en sus hombros
con todos los cielos hundidos en sus aguas.
La noche se duerme bajo un coro de grillos.

Los puentes son cosas muy series
a través de sus arcos la luz se vuelve transparente
y los hombres miran indefensos
como discurre su tiempo y se aleja.

sábado, 1 de junio de 2013

Pájaro saciado

 

 

 



Extranjera en esta tierra de soles
donde las nubes tiñen mis manos
mi padre me habló de su guerra
no encuentro palabras para hablarle de la mía,
sólo sé que cabalgo lejos de mi centro,
lejos de lo que fui,
apenas reconozco ya el trazo de mi sangre,
apenas me quedan lágrimas,
a todo lo perdido no le he puesto nombre,prefiero saber que no fue nombrado y que aún me espera en algún lugar.


La sed me hace delirar sobre puentes de aire puentes hechos de palabras insomnes. Los que aún tienen la certeza del amor cabecean sobre la mar del sueño. Dejo mi primera piel abandonada A la sombra de un roble centenario un pájaro se la lleva al nido. Tirando de mis antiguos pies que aún levitan veo la sonrisa planeando sobre tres polluelos hambrientos que devoran una y otra vez mi desaliento. Saciándose sin aún saber qué les amenaza. Hoy dormiré feliz sabiendo que también mi hambre ha sido digerida, regurgitada y convertida en rastrojo vivo mas animal si cabe.
Despegada de este amasijo de hilos camino al son de un adagio truculento. Extranjera en la extrañeza del tiempo en la extrañeza del cuerpo y su voluntad doblegada.
Sudo sin poder mirar mi reflejo,
Sin que replegarme implique renunciar a algo. Gozo de esta habilidad innata rehaciendo techumbres a cada paso recubriendo de barro la posibilidad del ser, como antes, como al principio de los tiempos. No heredaran mis hijos esta soledad porque una vez cercada pertenecerá a otro, Será donada para que otros la cabalguen, no habrá esfuerzo, ni deseo en desear que así sea, sólo el presente extenderá su manto de horas serenas, para que otros vengan a ocuparlas, La historia será distinta pero igual,
alguien sabrá qué hemos perdido y se atreverá a nombrarlo enumerará las cosas una, entonces  la voz de cada uno se posará sola con la brisa, sin miedo, ni prisa como un pájaro saciado.