domingo, 9 de junio de 2013

El paseo de mi amo

 




A su manera es leal. No fiel, leal. En el trayecto al césped intenta ir a mi lado. Le cuesta. Un hombre no está acostumbrado a ir en línea recta. Antes de seguir tengo que aclarar que mi amo se levantó un buen día y me dijo que prefería ser mi perro. También me dijo cosas más íntimas, de las que tan sólo puedo repetir, que él quería ser mi perro por algo que le había pasado. Y que si no me importaba que de ahora en adelante, le pusiera mi collar. No me importó. Había sido un buen amo. El ya no quería ser más hombre sino ser un perro el resto de lo que le quedaba de vida. Y que se ponía en mis manos para que le paseara e hiciera lo que mejor considerara. También me dijo que se había cansado de tomar decisiones, prefiero que seas tú quien me guíe.

Y así fue como pasé de ser perro a ser amo. Le llevaba al césped todos los días para que socializara con los que habían sido hasta entonces mis amigos. Hay que decir que los de mi manada se extrañaron bastante al verme traer a mi amo atado y soltarlo junto a ellos, y éste a su vez correr a olerles sus partes y dejar que le olieran las suyas. Todo esto como un acto de reconocimiento, y no de humillación. Pude leer lo que pensaron pero no lo diré.
Me alegro por mi amo que al menos a sus cincuenta años haya descubierto tal obviedad, la de entender que olerse es reconocerse. Le veo feliz, y por eso también lo soy. Por ejemplo ahora, mi perro que es mi amo está cavando un hoyo y no le voy a reprender. Sé exactamente lo que busca en la tierra húmeda. Tan sólo eso, el olor y el sabor de la tierra mojada, alguna raíz tierna y poco más. Sé que cuando era mi amo y yo hacía lo mismo me reprendía, hacer hoyos es lo peor para los hombres. Se refiere quizás a algún acto innoble.

Veo a mi amo feliz cuando se le acerca Cora, una bulldog francesa, que corre a embestirle con sus morros. Sé exactamente lo que siente un mil leches como él ante algo así, porque venimos del mismo lugar genético. Mi amo la huele y no se lo cree. O sea a plena luz del día, tanto si sí, como si no, Cora se revolcará contra el césped tan sólo por el puro placer de hacerlo y le dará un cabezazo si no lo hace. Mi amo la sigue, haciendo lo propio. Sé exactamente cuando mi amo me mira lo que en el fondo desea. No sé si en su caso él lo sabía tan claramente como ahora. Pero eso qué importa ahora, mientras Ricky un chiguagua que corre como un galgo le invita a dar cuatro vueltas. No puede negarse, y acepta el reto. Lo dejo que corra, sé que no se irá a la calle. Mi amo levanta la pata una y otra vez para marcar los cuatro árboles que rodean el paraíso. Nunca nada le perteneció tanto. Viene y también me echa una meada en el tobillo. Soy suyo. Le reprendo. Tampoco voy a dejar que se pase. Viene por fin Blacky, un perro traumatizado que recibió un mamporro de pequeño y ahora lo paga con todo macho que no le baje las orejas y el rabo. Mi amo no está por la labor. Tienen el rifi y rafe de siempre. No pueden evitarlo. La dueña de Blacky me mira resignada. No sabe qué hacer con él y sólo le tira de la correa. Lo cual hace que ladre aún más. Mi amo se le enfrenta. Tendré que atarlo. Pero no hace falta, al final la amenaza decide irse detrás de Cora. Mi amo se espatarra bajo la sombra del ficus y saca la lengua. Sé que ha llegado la hora de marcharnos. Lo llamo pero no obedece y se larga a comer flores. Le vuelvo a llamar y se va aún más lejos. No voy a ir detrás. Últimamente siempre me hace lo mismo. Así que me doy media vuelta y me despido. Se lo piensa un poco, y al final viene y se pone a un metro de mí. Tan sólo para que el que se acerque sea yo. No estoy por la labor. Siendo amo tengo que hacer tantas cosas. No me desespero, porque sé que no llegaré demasiado lejos. Me agacho y le susurro: Si no vienes ahora mismo, volverás a ser mi amo. Se arrastra. Siento pena. Casi aúlla. Le pongo la correa. Sé que es leal, tan sólo por eso, no le reprendo demasiado. Es leal porque aún tiene memoria de lo que tanto le cuesta olvidar. El día que olvide quién era, estaré perdido.  

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